Esta concepción de aprendizaje toma su fundamento de una creencia que está presente en la mayoría del profesorado: “el alumno aprende lo que el profesor explica en clase y no aprende nada de aquello que no explica”. Es una concepción que apenas se hace explícita, pero que está muy extendida desde mi punto de vista entre los profesores, y en general, en toda la comunidad educativa. Piaget la denominó <empirista>, basándose en la concepción filosófica del mismo nombre que sostiene que la experiencia es la única forma de conocimiento.
Bajo esta concepción, el discurso del maestro se registra en el alumno, a quien no se considera capaz de crear conocimientos. Su aprendizaje es considerado como un “transvase” de los saberes que le proporciona el maestro, se limita a recibir de forma adecuada los contenidos. Así el saber del profesor enunciado y explicado por él, se imprime de un modo directo e inmediato en el alumno.
Como consecuencia, bajo este modelo, existe un gran abuso de las presentaciones ostensivas en la enseñanza.
Así, por ejemplo, en la Escuela Primaria, las figuras geométricas tales como el triángulo, el círculo, el cuadrado… se suelen presentar a los alumnos de forma ostensiva. Por todo esto si aceptamos que para <<hacer matemáticas>>, el alumno debe resolver problemas, debemos considerar normal que conviva con la incertidumbre: el desconcierto, la duda y los tanteos están en el corazón mismo del aprendizaje de las matemáticas. Los alumnos deben superar muchas dificultades, pero sobre todo muchos errores. El profesorado tiene que entenderlos como algo necesario, porque sólo detectándolos y siendo consciente de su origen pondrá medios para superarlos.
“Quien practica la ciencia sabe bien que su fuerza no proviene de ninguna infalibilidad intrínseca, sino bien al contrario de su capacidad de autocorrección incesante”
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